¿Solo un modo de nombrar?

Nuestrxs lectores saben que en general no firmamos las notas, pero por la forma en que fue escrita la que compartimos a continuación nos parece que debemos citar a nuestro compañero Joaquín Rotman, su autor.

Se podría pensar que, si algo interpela en forma intergeneracional, es que ese algo podría referir a fibras tan íntimas como compartidas entre diferentes épocas.

“¿Te compraste una motorhome?” – llegaban los mensajes, luego de publicar vía imagen en redes sociales virtuales, la que sería bautizada -off the record- “Naranja Mecánica”.

Personas que me conocen y conozco, entre los “treintis” y “cuarentis” largos, felicitaban por la nueva presencia, con una alegría extraña: esa que prodigan lxs que quieren patear la mesa existencial. Una alegría con dejos melancólicos o, en su defecto, con sedimentos de añoranza.

Pero, si miramos su reverso, era una alegría que aún contenía la potencia de lxs que, frente a una realidad que conmina al [a lo] auto, siguen queriendo apostar al [a lo] colectivo.

La referencia de su nombre off the record, en su literalidad, es clara: el tinte de sus materiales externos –lo naranja-. El andamiaje que sostiene su función: rodar –lo mecánico-.

Pero también, la referencia, en su aspecto simbólico, lo es: respecto a la obra cinematográfica de Kubrik, estrenada en 1971 –en 1985 en Argentina; valga el año-.

Interesante emergente acontecimental –su nominación- que invita a pensar en lo explícito y lo velado, tácito o implícito.

Si la Naranja Mecánica de Kubrik suponía, entre otras cuestiones, una oda al desenfado que se ligaba al desenfreno juvenil –en lo explícito- y una crítica a una sociedad aún más violenta y perversa que los propios personajes de la película –en lo tácito-, nuestra Naranja Mecánica pareciera invertir la carga de la cuestión: una oda a un freno que funcione bien –en lo explícito- y una propuesta que contrapone otra forma posible de hacer las cosas –en lo implícito-.

On the record, estamos hablando del “Bondi-Casa”.

Intersante emergente acontecimental –su nominación- que invita a pensar en la equivocidad del sentido. Un bondi, en cierto léxico, significa “quilombo” –algo desordenado, complicado, difícil de comprender-. Una casa, en cierta lógica, implica hogar –una querencia, de dónde partir o bien, sobre todo, a dónde llegar, reposar, lejos de la complejidad y el desorden exterior-.

Sin embargo, también bondi, en cierto léxico, significa “colectivo”. Ese objeto rodante cotidiano. El cual, también, es un dispositivo que disciplina cuerpos: cómo hay que hacer para que nos pare –no siempre-, dónde hay que esperarlo para subirse, cómo hay que sentarse, dónde y cómo, de dónde hay que agarrarse de no poder sentarse, cómo hacer para bajarse, y ciertas normas de convivencia tácita que aprendemos por observación e imitación –en general-. Y también, casa, en cierta lógica y según cada implicancia singular de las historias familiares de cada quién, puede referir a todo lo contrario de lo explicitado anteriormente. A veces pudo haber sido un quilombo, y un lugar desde el cual nunca más partir porque se ha transformado, con el tiempo, en un espacio al cual nunca más volver.

Pero también una casa, en la existencia emancipada de lo endogámico, es algo a construir. Un común. Con otrxs. En donde lo íntimo, lo próximo y lo otro, se entrecruzan.

¿Si me compré una Motorhome? No, claro que no. Pero ¿cómo les explico?

¿Cómo cuali-cuantificar -ya ni siquiera el valor- el hecho del estallido de categorías pretendidas universales –la compra- y pronombres posesivos –el “me”-?

Porque el Bondi-Casa tampoco es solamente una motorhome adquirida por Incluir en conjunto con TES, nuestra organización hermana. Es algo más. Al respecto:

“Era una quimera que teníamos muchxs de nosotrxs desde hace treinta años” –diría una referente de nuestra Asociación.

¿Cómo transmito esto frente a las preguntas y felicitaciones?

Intuyo ahora que, la mejor forma de transmitirlo, es rodando. Y haciendo lo que el Bondi-Casa tiene entre sus objetivos –que seguirán siendo co-construidos a medida que las experiencias avancen-: llegar ahí donde la racionalidad maquínica no llega. Y para ser compartida entre quienes compartimos –desde una máquina- el querer hacer estallar racionalidades.

Gracias al profundo trabajo de integrantes de Incluir hoy esto es posible.

El viernes 10 de junio, posterior a las 21 hs, un grupo de quienes estuviéramos en reunión en la sede de Incluir previamente, fuimos a verla. Estacionada, estaba ahí, sobre calle Zapiola.

Avanzaba y, a medida que me acercaba, ya la veía distinta. Lo que antes fueran solo metales, ahora también eran ventanales. Pero su color, estaba intacto. Abrimos las puertas. Subimos. Lo que antes fuera un interior vacío y añejo ahora tenía mesadas, cocina, baño, calefactor, camas, asientos aún con sus envoltorios. Y hasta un dispositivo externo para ducharse. A la luz de sus luces interiores, cuando antes, era todo a oscuras.

El trabajo para que esto sea posible, no solo refiere a que estas cosas, efectivamente, estén. No fue solo conseguir cada repuesto que faltase, cada precio comparado, cada viaje en búsqueda de cada elemento faltante y comparado. Fue también el pensar hasta el mínimo detalle respecto a su utilidad en las diversas situaciones en que el Bondi-Casa, de ahora en más, se haga presente.

Al ir transmitiendo estas cuestiones a aquellas personas que me conocían y yo conocía, lo que otrora fuera felicitación –de orden individual- comenzó a transformarse en algo que significo como orgullo –de orden colectivo-. Esxs otrxs comenzaron a sentirse parte de algo que trascendía la cuestión personal. Y esto, porque los tonos de sus mensajes adquirían un matiz de seriedad que no estaba presente antes. Pero seriedades de esas, las que revelan los festejos cuando un ritual no se olvida del sentido de por qué fue establecido. 

No. No me compré una motorhome.

Literalmente, estoy -y estamos- siendo parte,

de un colectivo.

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